Desde pequeños, hemos sido programados para alcanzar la felicidad, enseñados a buscar la mejor manera de vivir la vida en plenitud y por tanto bloquear todo aquello que nos causa dolor, sin embargo, hay algo irrefutable que tendremos que aceptar, algo que aunque evitemos pensar será inevitablemente vivido, y es el momento en que la fecha de nuestro último latido se haga realidad, cerrando el maravilloso ciclo de la vida.
La muerte se convierte en villana, nos arrebata a quienes amamos, pero es también maestra, pues es solo cuando la enfrentamos cara a cara y vivimos de cerca la experiencia de perder a alguien especial, que nos damos la oportunidad de descubrir desde nuestra más profunda oscuridad, la luz de una nueva vida.
La vivencia positiva del duelo, permite al doliente experimentar de una forma sana el camino desde el dolor por la pérdida hasta la aceptación de la trascendencia de su ser amado, siendo este una “montaña rusa” de emociones que debe ir acompañado de actividades que validen su pérdida pero que le permitan dar un nuevo sentido de vida, aquí inician las tradiciones y ritos funerarios que cobran valor e importancia cuando nos encontramos en duelo:
- El primero de ellos es la velación, que se convierte en la oportunidad de dar homenaje a la vida de quien amamos en un ambiente de familiaridad, pues amigos y allegados se reúnen para compartir el dolor y revivir recuerdos, pieza fundamental de la vivencia del duelo, permitirse recordar y liberar en el llanto la emocionalidad de la pérdida.
- El segundo ritual es la inhumación o conocido popularmente como “entierro”, que se convierte en el último adiós y por ende en el momento de racionalizar la realidad de la pérdida, punto de partida del duelo, pues se evidencia la inminente ausencia.
- El tercero es la elección del destino final, último lugar donde reposarán los restos de quien hemos perdido y que será entonces la morada de los recuerdos.
Para la mayoría de los dolientes, el destino final de su ser amado, se convierte en un sitio de recogimiento y reflexión que les permite liberar las emociones de su duelo, las visitas al lugar donde reposan sus seres amados representan para el doliente la oportunidad de sentirle cerca nuevamente aunque no pueda verle, desde la psicología, esto puede entenderse como los lazos invisibles que conectan al cielo con la tierra y transfieren al doliente fortaleza, pues es frente al lugar de morada de su ser amado fallecido, que se elevan promesas de seguirle amando, recordando pero sobre todo de seguir adelante en su memoria.
Visitar parques memoriales o cementerios, lejos de ser una actividad que produce incomodidad, se convierte en un nuevo espacio de unión familiar, pues más allá de ser lugares de custodia se han convertido en lugares de remembranza, que dan a las familias un espacio de reencuentro con la memoria de quienes aman. Como expertos, recomendamos a los dolientes visitar a sus fallecidos, como parte de su proceso de sanación del duelo, pues la mente requiere de lo tangible para la aceptación y certeza de la muerte y evitar la negación que produce la no existencia de un lugar que me revele su ausencia física pero que me conecte con la tranquilidad de su trascendencia a un plano espiritual superior.