Cómo en todo momento de profunda tristeza, donde el corazón está herido y la mente se nubla de emociones grises, se tiende a creer que debemos reponernos del tema de forma rápida y casi ni nos permitimos sentir con naturalidad al ritmo que el mismo dolor nos guía, por tanto, en muchas ocasiones, creemos estar aceptando una situación, cuando en realidad estamos resignándonos a la misma. ¿Cuál es la diferencia?
El duelo, es un proceso en que la voluntad y la decisión son fundamentales, puesto que de ellos depende que el doliente esté en disposición para recibir ayuda y darse nuevamente la oportunidad de recuperar su vida y llegar a la sanación, en este recorrido la aceptación y resignación, en sí parece que son términos intercambiables y que hablan de lo mismo, pero en realidad son dos caminos muy distintos.
La aceptación, significa ver y asimilar las cosas tal y como son en el presente. Abrir los ojos del alma y el corazón a una visión más global de la relación con el fallecido, más allá de recordarle por su muerte y desde el dolor que ella nos produce, sino desde el recuerdo sano y amoroso que realmente es su huella en nuestra vida. Esto no implica que nos tenga que gustar esta realidad o que estemos satisfechos con ella, por el contrario, implica que nos permitamos mostrar nuestro dolor sin llegar a permitir que este sea decisor de nuestra vida a largo plazo, ir paso a paso acoplándonos a la vida tal cual es ahora, la aceptación puede ser tomada como adaptación sin sufrimiento.
Por el contrario, la resignación en muchos casos puede definirse como “sobrevivir”, es decir, no estoy cómodo con la situación no puedo soportarla pero me obligo a continuar en ella porque “es lo que hay y no puedo cambiarlo”. Siendo así, nuestra vida se reconstruye bajo el pensamiento de “no voy hacia donde quiero” pero me resigno a que así sea, bajo los brazos en la lucha interna de emociones, dejando ganar a la negatividad. Esto conlleva en muchos casos a bloqueos emocionales que nos atan al sufrimiento: vivir y recordar desde el dolor, revivirlo para compadecernos de nosotros mismos y negar la realidad, aun cuando sabemos que no podemos cambiarla.
La resignación implica desesperanza.
Aceptar o resignar son dos caras de la moneda en el proceso de sanación del duelo, debo entonces como doliente decidir y proyectarme a identificar como realmente quiero vivir mi vida después de una pérdida, ¿desde el aprendizaje o desde el sufrimiento?
La respuesta a esta pregunta debe ir acompañada de la oportunidad de re-dirigir mi vida y tomar el camino en el cual considere que alcanzaré la felicidad, sin embargo es de resaltar que si en mi vida aparece la aceptación de todo lo que me ocurre, seré el dueño de la misma, superando los obstáculos y encontrando la felicidad en el camino de lo aprendido. Si por el contrario, me resigno, permanecerá conmigo siempre el dolor y el sufrimiento.