Cuando se está enamorado, se vive en un idilio permanente, donde similar a una cuenta de ahorros, son dos personas que día a día aportan expectativas, sueños, promesas, proyectos y vivencias que van llenando un tesoro invaluable.
Por esto, cuando uno de los dos parte, esta vivencia se convierte en una de las pérdidas más tristes que experimenta el ser humano.
El dolor de perder a la pareja puede asemejarse al que se siente al perder un familiar de primer grado de consanguinidad (madre, padre, hermano y/o hijo), puesto que ha logrado ganar una parte de tu corazón y se han creado lazos que se consideran irrompibles.
Ante la pérdida, el doliente debe procurar comprender que todas las personas que llegan a nuestras vidas traen un papel muy importante para la misma, llegan para ser nuestros maestros, a su manera y en la medida de lo que pudieron compartir un plan de vida con nosotros, por eso debemos recordar todas esas lecciones, momentos, experiencias que se compartieron con él/ella, honrar su partida sonriendo nuevamente para ellos, cuidando nuestro ser en cuerpo, alma y corazón y si nos es posible, cumpliendo en su nombre todo aquello que no pudimos realizar juntos.
El duelo de una pérdida como esta, solo será sanado con el tiempo como sabio consejero. Nadie puede indicar el momento exacto en qué sucederá, sin embargo el doliente debe procurar dar vivencia al proceso de forma natural, a su ritmo propio y buscar la compañía de quienes le aman.